martes, 10 de marzo de 2009

ADAEPRA, frágiles como las ranitas engañadas...


Es por muchos conocidos el viejo cuento de la rana que, poco a poco, se va habituando al calor del agua. Esto ocurre cuando el animalito es introducido a una cacerola con agua a la misma temperatura ambiente que la que tenía en su charco. Gradualmente, el agua se va calentado sin que la ranita, por lo lento y paulatino, active los reflejos destinados a preservar su vida. Como todo le parece normal, esas alarmas no se encienden y sigue nadando y disfrutando de lo que percibe como su hábitat natural. El agua pasa de fría a tibia sin que el animalito lo perciba y sigue su ascenso. La ranita comienza a sentir una cierta fatiga pero el hecho parece no preocuparla. Cuando la temperatura del agua la afecta realmente ya está sin fuerzas y sin capacidad de reacción y soporta su destino sin oponer ninguna resistencia. Finalmente, muere. Si la misma ranita hubiese sido sacada del charco y depositada en agua a 50° C hubiese pegado un salto supremo para huir de ese infierno.

La enseñanza reside en que si un cambio se realiza de un modo suficientemente lento, el mismo escapa a nuestra percepción y, por tanto, no despierta reacciones, ni opone resistencias. Este razonamiento nacido de una olla y una ranita engañada se aplica perfectamente a la sociedad en la que vivimos. Muchísimos de los hechos que otrora nos horrorizaban, hoy los asumimos con cierta indiferencia, cuando no con molestia, porque alguien ha tenido el poco tino de mencionar lo que nosotros creemos que carece de importancia.

Con todos nuestros aires de libertad y con todas nuestras ínfulas individualistas, generosamente estimuladas por la sociedad, tenemos más de ranitas engañadas de lo que estaríamos dispuestos a aceptar.
Nos hemos ido habituando paulatinamente a respirar un aire con más toxinas que las que hubiesen podido soportar nuestros antepasados, a escuchar ruidos a un nivel de decibeles que hubiese vuelto locos a nuestros abuelos, a trabajar de 12 a 14 horas por día con la misma naturalidad con la que antes cumplíamos la jornada de 8 horas, a pertenecer a una iglesia que dice ser de los pobres y se desvive por los ricos, a ver como los derechos del ciudadano no se respetan.

Todo eso no es más que el inicio de un largo etcétera de hechos consumados y aceptados con la misma inconsciencia con la que nuestra ranita soportó el cambio de temperatura.
Haga una lista de lo perdido y percibirá como nos alejamos de lo mejor de nuestra propia humanidad.